Égloga IV
Sicelides
Un poco más
alcemos nuestro canto,
Musa, que no conviene a todo oído
decir de las humildes ramas tanto.
El campo no es de
todos recibido,
y si cantamos campo, el campo sea
que merezca del Cónsul ser oído.
La postrimera
edad de la Cumea,
y la doncella virgen ya es llegada,
y torna el reino de Saturno y Rea.
Los siglos tornan
de la edad dorada;
de nuevo largos años nos envía
el cielo y nueva, gente en sí engendrada.
Tú, Luna casta,
llena de alegría
favorece, pues reina ya tu Apolo,
al niño que nació en aqueste día.
El hierro lanzará
del mundo él solo,
y de un linaje de oro el más preciado
el uno poblará y el otro polo.
En este vuestro,
en este consulado,
Polio, de nuestra edad gran hermosura,
tendrá principio el rico y alto hado.
En él comenzarán
con luz más pura
los bienhadados meses su carrera,
y el mal fenecerá, si alguno dura.
Lo que hay de la
maldad nuestra primera
deshecho, quedarán ya los humanos
libres de miedo eterno, de ansia fiera.
Mezclados con los
dioses soberanos,
de vida gozarán, cual ellos, llena
de bienes deleitosos y no vanos.
Veralos, y verán
su suerte buena
y del valor paterno rodeado
cuanto se extiende el mar, cuanto la arena,
Con paz
gobernará. Pues, niño amado,
este primero don inculto y puro
el campo te presenta de su grado.
Ya te presenta el
campo el bien seguro
bácar, la verde yerba trepadora,
el lirio blanco, el trébol verde oscuro.
Y las ovejas
mismas a su hora
de leche vienen llenas, sin recelo
de lobo, de león y de onza mora.
Tus cunas brotan
flores, como un velo
derraman sobre ti de blancas rosas,
y no produce ya ponzoña el suelo,
ni yerbas, ni
serpientes venenosas;
antes sin diferencia ha producido
en todas partes yerbas provechosas.
Pues cuando ya
luciere en ti el sentido
de la virtud, y fueres ya leyendo
los hechos de tu padre esclarecido,
De suyo se irá al
campo enrojeciendo
con fértiles espigas, y colgadas
las uvas en la zarza irán creciendo.
Los robles en las
selvas apartadas
miel dulce manarán; mas todavía
habrá del mal antiguo sus pisadas.
Habrá quien
navegando noche y día
corte la honda mar, quien ponga muro
contra el asalto fiero y batería;
quien rompa
arando el campo seco y duro
habrá otro Tifi, y Argo, otros nombrados
que huyan por la gloria el ocio escuro.
Habrá otros
desafíos aplazados,
irá otra vez a Troya, conducido
de su virtud, Aquiles y sus hados.
Mas ya cuando la
firme edad crecido
te hiciere ser varón, el marinero
la mar pondrá y las naves en olvido.
El pino mercader
rico y velero,
no ya de sus confines alejado,
lo propio trocará con lo extranjero.
Que adondequiera
todo será hallado
sin reja y sin esteva o podadera,
sin que ande al yugo el toro el cuello atado.
No mudará la lana
su primera
color con artificios, enseñada
a demostrarse otra de lo que era.
Porque en la
oveja nace colorada
con carmesí agradable, y con hermoso
rojo y con amarillo inficionada.
El sandix, de sí
mismo, en el vicioso
prado pacido, viste a los corderos
por hado no mudable ni dudoso.
Porque con voz
concorde, y sus ligeros
husos las Parcas dicen volteando:
«¡Venid tales los siglos venideros!».
Emprende, que ya
el tiempo viene andando,
pimpollo, ¡oh, divinal obra del cielo!
lo grande que a ti solo está esperando.
Mira el redondo
mundo, mira el suelo;
mira la mar tendida, el aire, y todo
ledo esperando el siglo de consuelo.
¡Oh, si el
benigno hado de tal modo
mis años alargase que pudiese
tus hechos celebrar y bien, del todo!
Que si conmigo
Orfeo contendiese,
y si cantando contendiese Lino,
aunque la madre y padre de éstos fuese
Calíope de Orfeo,
y del divino
Lino el hermoso Apolo, no sería
mi canto que su canto menos dino.
Ni el dios de
Arcadia, Pan, me vencería;
y aunque fuese juez la Arcadia desto,
la Arcadia en mi favor pronunciaría.
Conoce, pues, con
blando y dulce gesto,
¡oh, niño! ya a tu madre, que el preñado
por largos meses diez le fue molesto.
Conócela; que a
quien no han halagado
sus padres con amor y abrazo estrecho,
ni a su mesa los dioses le han sentado,
ni le admiten las diosas a su lecho.